NO TE ACOSTARÁS SIN APRENDER UNA COSA MÁS (Y ESO HA SUCEDIDO CON INVTICUA20). ¿QUIERES SABER POR QUÉ?
¡BUENAS, PERSONA PRODIGIOSA! MADRE MÍA, SE VIENE... ¿ESTÁS PREPARADO O PREPARADA PARA LO DE HOY?
ADVERTENCIA:
Esta entrada de hoy se prevé bastante especial y no lo digo por decir, por despertar tanto tu interés como para conseguir que me leas ni muchísimo menos... Y es que hoy, domingo 3 de mayo, es un día cargado de celebraciones y felicidad para mí... ¿Que por qué? Pues, porque hoy no solo festejamos el Día de la Madre (por cierto, ¡felicidades, mamá! Eres la mejor y que me perdonen todas las mamás del mundo mundial; te quiero), el cumpleaños de mi padre (por cierto, ¡felicidades, papá! ¿Te das cuenta? Estás hecho todo un jovenzuelo, ¡eh! A ti también te quiero), el décimo aniversario desde que se estrenó en Cuatro mi programa favorito de la historia de la televisión (Tonterías Las Justas; ¿tanto tiempo hace ya desde que lo veía todos y cada uno de los días de la semana? Jo, esto me hace sentir muy mayor) y que solo queden dos días para mi santo (sí, me refiero a Santa Judit), sino que hoy también conmemoramos que hace justo dos meses (y un día) nos embarcamos en la aventura de abrir una nueva pestaña en nuestro ordenador personal para esta asignatura (todos y todas la conocemos como INVTICUA20), una pestaña que... ¿HOY CERRAMOS?
Solo lo descubrirás si continúas leyendo esta entrada que no podía comenzar de cualquier manera, esto es, con una simple imagen de esas que creo yo misma... Hoy me visto de gala y, por eso, vengo nada más ni nada menos que con un... ¡GIF! Vale, soy consciente de que tampoco es para tanto, pero es lo máximo que he podido realizar. Dicho GIF (la fotografía empleada para el mismo fue tomada por el profesor José Rovira Collado; espero que no le importe que la haya incluido) se encuentra diseñado también por mí y dedicado con todo mi cariño (uy, parezco una cantante firmando un CD a un o una fan jajajajaja 😊) a mis profesores y a todos y todas mis compañeros y compañeras de clase. Esta entrada...
¡Va por vosotros y vosotras!
Lunes, 2
de marzo del año 2020,
Querido diario...
Después de haberlo pensado en alguna que
otra ocasión a lo largo de esta semana, me he dado cuenta de que era
completamente misión imposible para mí sentarme junto a mi ordenador y ponerme
a teclear sin empezar por el principio, por el día en el que nos hicimos esa foto, por el principio de todo.
Aunque
parezca que haya transcurrido un siglo desde entonces, ese día no era un día
cualquiera, sin más, sino un día bastante especial, distinto: no solo era el
primer lunes que daba paso a un nuevo mes en el calendario, sino que también era
el primer lunes, es decir, el primer día de vuelta a clase después de haber
pasado un mes sin pisar la Universidad de manera continua.
Es increíble lo extremadamente
rápido que se puede llegar a acostumbrar nuestro cuerpo a cualquier cambio:
aquel mes mi rutina era la de permanecer toda la mañana en el instituto para
cumplir con mi periodo de prácticas y la de pasar por escrito todas las
actividades que hubiese llevado a cabo esa misma mañana por la tarde en casa.
Sin embargo, a partir de aquel día, mi rutina volvería a verse modificada y,
ahora, todas las tardes las debería pasar de nuevo en la Universidad.
No te voy a
engañar: la idea no me emocionaba demasiado.
Volvía a mi vida eso de recogerse
a casa de noche otra vez, el cenar cada día más sola que la una (el hambre de los pobres de mis padres a partir de las 21: 00h les impide poder esperarme a que llegue yo
casi una hora más tarde), el estar más que agobiada por tener la sensación de
que has ido a la Universidad a que te pongan más y más deberes, etc. A todo
ello, por si fuera poco, debo sumar que aquella sería la primera clase de una
nueva asignatura con un nuevo profesor que no había tenido la oportunidad de
conocer hasta ese momento.
Vamos, como podrás observar, la situación era muy
apetecible en su conjunto...
Menos mal que el retorno a las clases significaba reencontrarme
con todos mis compañeros y compañeras, descubrir cómo les estaba yendo en las prácticas,
compartir sensaciones y un largo etcétera. Asimismo, todo ello implicaba que
al fin podría volver a hablar en persona con ese compañero y esas compañeras
que se suelen sentar a mi vera y se han
convertido en auténticos amigos.
Por consiguiente, no todo en esta vida es malo,
por mucho que, en múltiples ocasiones, me guste pensar que sí. Como en cada aspecto
de la vida, siempre hay un lado positivo y, además, esta nueva asignatura sería
impartida por dos profesores que eran una maravilla. ¿Quieres saber por qué?
Con el primero de ellos no
había podido jamás hablar, pero he de reconocer algo, por muy tonto que sea: su
nombre y su primer apellido me resultaban tan familiares, me recordaban tanto a
otro profesor que me ha acompañado en mi formación académica los últimos años
que, en el fondo, era como si lo conociera de toda la vida.
Y, respecto al
segundo profesor que iba a poder tener en clase, ¿qué puedo decir?
Este sí que
iba a ser un reencuentro en toda regla, puesto que fue mi profesor en el instituto
tanto de una asignatura optativa de Teatro como de Lengua y Literatura
Castellana en el curso que primero y en mayor cantidad recuerdo de toda mi
etapa en el instituto: segundo de bachillerato.
Bueno, no me digas que no: con
todas estas premisas, era muy, pero que muy complejo que no me viniera arriba…
Absolutamente animada ya, recuerdo que, cuando llegué a clase y pasé el
instante típico del «madre mía, ¿qué tal estáis? ¡Cuánto tiempo sin vernos!»
con mis compañeros y compañeras, me encontré con un Alejandro bastante inquieto
que, yo no entendía por qué, tenía ganas de encender el ordenador y ponernos un
vídeo en YouTube del más que conocido programa de televisión de David Broncano,
La Resistencia.
Me sorprendió bastante esta iniciativa y me hizo risa
encontrarme en aquella situación tan poco habitual en un aula, pero
precisamente por ello enseguida empecé a padecer por lo que pensaría ese nuevo
profesor al vernos pro primera vez con La Resistencia de fondo.
¿Qué
primera imagen se llevaría el hombre de nosotros?
Sin embargo, no era cuestión
tampoco de que mi compañero se enfadara conmigo ya de buena tarde, por lo que lo dejé todo en manos del
destino.
El nuevo profesor entró y, sin llamarnos la atención por el bullicio de
nuestras conversaciones en pequeños grupos, cambió el vídeo y optó por
reproducir otro. Poco a poco nos fuimos percatando de que la clase había
comenzado, que era momento de guardar silencio y, por supuesto, ya era oficial:
el nuevo profesor había logrado captar toda nuestra atención.
Ese hombre con
gafas, de pelo rizado y con esa botella tan molona estaba consiguiendo que no
pudiera dejar de atenderle. Y eso, parece que lo escriba simplemente por quedar
bien o algo por el estilo, pero no, lo escribo como lo siento.
Y es que justo aquel día yo venía,
por casualidad, de una mañana en la que había hecho mi primer intento de
impartir una clase en el instituto o, lo que es lo mismo, venía de sufrir unos nervios increíbles por
intentar no trabarme en cada palabra que pronunciaba en clase, y, en definitiva, venía de no
saber cómo actuar para que las caras de esos alumnos y alumnas pasaran del
cansancio, el aburrimiento y la desgana a todo lo contrario... Y, claro, al volver
yo a ser alumna esa misma tarde, no podía parar de fijarme todo el tiempo en ese
profesor.
«Buah, habla igual que yo en clase… Vaya tela, ¡qué diferencia más
abismal! Ojalá pueda llegar algún día a tener ese control», era lo único en lo
que podía pensar.
Ahora bien, lo que más me gustó de ese profesor fue su manera
de presentarse a la clase, su naturalidad, su capacidad de emplear las palabras
correctas (las que necesitábamos oír en cada situación) y un largo etcétera.
Todo
ello acompañado de una visual, distinta y divertida presentación con
diapositivas en la que aparecía hasta su propio avatar y en la que nos
descubría algunas de sus pasiones, como los gatos, da lugar a la receta
perfecta para que las únicas veces que giraba mi cabeza para hablar con mi amigo y mis amigas de pupitre fuera para asentir y decirnos las unas a las otras en voz baja
lo siguiente: «¡Guau! Me está encantando este profesor».
Un
total de tres horas y media era lo que quedaba todavía de clase, pero, a
diferencia de lo que ocurre en otras ocasiones, aquí no me resultó necesario
mirar el reloj en ningún instante.
Ese hombre, el profesor José Rovira Collado,
sabía combinar perfectamente las imágenes, anécdotas y opiniones personales que
mantenían viva nuestra atención con el temario más puramente teórico.
Además, no
paramos de realizar actividades: aprendimos términos en un nuevo idioma,
salimos del aula para formar los grupos de trabajo, cerramos los ojos mientras
escuchábamos el ruido de la lluvia de fondo (ahí nos hizo el profesor la famosa fotografía del principio), cada uno de nosotros y nosotras tuvo
que decir una palabra relacionada con las TIC, TAP y TEP que no se repitiera
con alguna ya mencionada (aquí me puse nerviosa; pensaba que me quitarían mis palabras
y que, cuando me llegara el turno, me quedaría en blanco), y un largo etcétera.
En definitiva, esa clase fue una clara demostración de que el profesor es, en
mi opinión, una de las piezas clave para que una asignatura te guste más o
menos, para que disfrutes en el aula.
Por lo tanto, la lección ya la tenía
aprendida desde el primer día: solo cuando le pones pasión, ganas y dedicación a
lo que estás haciendo serás capaz de transmitírselas al alumnado.
¡Ah! Y, por
supuesto, la clase con el profesor Juan Miguel Beneito Pérez tampoco se quedó
en absoluto detrás. Durante cuatro horas de no parar nuestra mente y nuestro
cuerpo ni un solo segundo, pude comprobar de primera mano un lunes más que, si
sabes cómo hacerlo, la diversión puede estar perfectamente ligada al
aprendizaje.
Fue una auténtica locura esa clase: me reí con mis
compañeros y compañeras de clase como hace mucho tiempo que no
me ocurría. Y todo ello, para mí, no tiene precio; es lo mejor.
No obstante, he de admitir que tanto ejercicio y tanta velocidad por parte del profesor Juan Miguel Beneito hizo que me costara muchas veces seguir el ritmo y comprender todo a la perfección. Vamos, que no
todo fue tan bonito como escribo en estas líneas…
Entre una y otra actividad,
ambos profesores nos fueron comunicando los trabajos que deberíamos llevar a
cabo en los próximos meses y, para qué te voy a engañar, me agobié…
Me agobié
muchísimo, puesto que nada de lo que, por ejemplo, el profesor José Rovira
Collado había explicado lo había podido realizar yo antes alguna vez en mi
vida. Cuando parecía que el resto de mis compañeros y compañeras seguían el
ritmo de la clase a la perfección, yo intentaba procesar en mi mente tanta
información y tanta terminología completamente nueva para mí.
No entendía nada:
un blog, etiquetas, un hashtag, unas listas en Twitter, un mínimo de cinco
tweets diarios, una práctica con herramientas TIC, TAC y TEP…
Madre mía, ¿acaso
era yo la única la que creía que todavía estábamos hablando en chino?
Ese día
llegué a casa y traté de tranquilizarme, pero, cuando entré a Twitter para
crear mi perfil y me percaté de que mis compañeros y compañeras ya estaban
publicando mensajes sin ningún tipo de problema, vi que me estaba quedando
atrás de nuevo.
¿Qué quieres que te diga?
Pues que no veía nada claro eso de tener
Twitter yo…
Lo único que pensaba era lo siguiente: veintitrés años sin haber
caído en la red, nunca mejor expresado, de las redes sociales y ahora, como me
lo pide un profesor, no me queda otra; cuando empiece a escribir mis cosas,
nadie me va a leer, porque a nadie le importa lo que yo pueda contar; se van a
reír de mí; etc.
Esa misma noche, para no esperar más, me estrené con un primer
hilo (escribir no era precisamente mi principal inconveniente, puesto que, una vez que me pongo a ello, ya habrás comprobado que no tengo control alguno jajajajaja; el problema era más bien qué escribir) en el que intenté expresar todos esos sentimientos.
Al segundo de
publicarlo, ya estaba arrepentida, pero, al día siguiente, el profesor me
respondió felicitándome por ese estreno y animándome a publicar más tweets a la
semana.
¿Has visto qué poco cuesta?
Es un gesto que puede pasar totalmente
desapercibido o parecer incluso una tontería, pero ese gesto con cada compañero
y compañera ha conseguido crear una comunidad de la que, por ahora, al menos, yo no me
quiero bajar.
Dos meses más tarde, lo primero que hago en mi día es coger el
móvil para entrar en Twitter, ver las tendencias para enterarme de las últimas noticias
y, sobre todo, lo más importante, acceder al hashtag para leer a todos mis
compañeros y compañeras.
Cada día pienso sobre qué puedo escribir yo y, aunque
he de confesar que todavía no he perdido la vergüenza y ese pensamiento
negativo de que, al contrario de mis compañeros y compañeras, yo no aporto nada
que sea ni lo más mínimo interesante, estoy deseando publicar un tweet y que me
llegue alguna notificación en la campanita.
Sin embargo, para ser completamente sincera, muchas veces me pregunto qué hubiera pasado si
hubiera tenido que trabajar con Twitter unos cursos anteriores, esto es, cuando llegaba a clase en
el instituto con mi archivador de High School Musical, mi estuche de Hannah Montana
y mi agenda de Patito Feo: la historia más linda, y tenía que aguantar las
risas por detrás de mis compañeros y compañeras para las que, a su juicio, yo era
todavía «una niña pequeña, una cría» por tener esos gustos....
Claro, por favor,
Judit, ¿cómo se te ocurría parecer una niña pequeña cuando solo tenías trece años? ¡Qué gran
delito por mi parte!
Ahora lo pienso y no puedo evitar recordar lo mal que lo pasaba por esas
risas y esos comentarios de personas que, en realidad, no formaban parte de mi
vida ni lo harían jamás, pero de lo que no me arrepiento es de que, a pesar de
ello, yo no cambié ni lo más mínimo y, al curso siguiente, iba incluso con más merchandising de mis series y películas favoritas.
Donde quiero llegar a parar con toda esta confesión personal es que yo entendí que esta dinámica de clase en Twitter la realizábamos para tomarla en consideración como futura posibilidad de trasladarla al aula de secundaria, pero desconozco si cierta parte del alumnado, a esa edad, está verdaderamente preparado como para enfrentarse a ello.
Es más, creo que precisamente de esas experiencias anteriores y ya enterradas
deriva mi todavía miedo al publicar cada tweet y a mostrarme tal y como soy...
¿Cuántas veces pensaría en mentir en mi exposición de mi autobibliografía
lectora por no hacer ver que sigo amando estas series y películas?
Al final
hasta me puse mi camiseta de los Wildcats y, para mi gran sorpresa, por vez
primera los compañeros y compañeras de clase no me juzgaron ni se rieron (aparentemente) de mí, sino
conmigo…
No hacía falta que me lo dijeran; yo lo noté.
Y considero que, con
nuestros respectivos perfiles en Twitter, ha ocurrido lo mismo: todos y cada
uno de nosotros y nosotras nos hemos abierto a los y las demás, nos hemos
dejado conocer.
Ahora sé, entre otras muchas cosas, que mi profesor tiene incluso
espadas láser en casa y sabe perfectamente cómo celebrar una boda, que Paloma
es una gran coleccionista también de Star Wars, que Fran tiene una canción para
cada momento, que el gato de María adora las clases virtuales, que Maila es un
calendario personificado de cada conmemoración de nacimientos y fallecimientos
de figuras célebres de la historia, que Nereida puede sacarnos una sonrisa a
todos y todas metiéndose en el papel del gruñón de Blancanieves (ha sido muy top), que Alejandro es un
máquina de crear hilos súper interesantes sobre música y arte en general, que
Raquel es un amante de las marcapáginas y los viajes, que Natalia adora un
favicon por encima de todas las cosas y ha sacado un diccionario con frases
hechas surgidas de este confinamiento, que David es toda una caja de sorpresas y siempre viene con una de la que aprenderás muchísimo (como cuando nos reveló su afición al escribir e
incluso editar libros), que Pepe es el mejor de los mejores en el mundo de los videojuegos (y,
por cierto, un diez en su papel como Talía), que Alba en cualquier momento te
prepara unas torrijas y te habla con un acento único que te meas de la risa, que
Diana conoce a Arnau Griso y hasta tiene tatuado el título de una de sus canciones,
que Claudia sabe crear nuestros propios avatares en Dollify (son una pasada),
que Neus es un amor con todos sus mensajes (me dijo que quiere venir incluso a
mi pueblo de visita) y tiene muchas historias que contar de sus viajes, que
Elisa tiene un intertexto lector inmenso y envidiable (siempre me deja boquiabierta), que
Mariluz es transparente como la vida misma, que Lydia puede reflejar glamour
incluso cuando escribe, que Lidia está a tope con series como #Luimelia y El Ministerio
del Tiempo, que Marta es insuperable a la hora de publicar tweets sobre el confinamiento
y un más que enorme etcétera.
Perdonadme que no mencione a cada compañero y
compañera, pero, por favor, aquellos y aquellas que faltéis daros por citados y
citadas.
Mi clase es de lo que no hay y me ha encantado poder compartir este
curso lleno de experiencias inolvidables con todos vosotros y vosotras.
Os lo
digo de todo corazón.
Por supuesto, en Twitter, también nos hemos puesto muchas
veces serios y hemos conversado de temas más puramente filológicos, educativos,
teóricos, etc.
Ahora bien, me vais a perdonar, pero, si con algo me quedo, es
con ese factor humano que se ha creado a partir de su utilización, de poder
conoceros más, de no sentirme tan sola pese al encierro en casa, de estar conectada
más que nunca (y es bastante curiosa esta afirmación sobre todo si tenemos en
cuenta el panorama actual) a vosotros y vosotras.
¡Ah! Y, por supuesto, que no
falte ese típico tweet de la buena «promosió» (¿quién mejor que nosotros y nosotras
mismas para ello?), como diría David Broncano, de cada una de las entradas que hemos
publicado en nuestros respectivos blogs.
Aquí está, ya ha aparecido: esta es,
en mi opinión, la palabra clave que me vendrá a la mente sí o sí cada vez que
recuerde esta asignatura.
Lo cierto es que, cuando ese primer día de clase el
profesor José Rovira Collado nos informó de que este sería nuestro medio para hacer
entrega de cada una de las distintas prácticas y para que el resto de compañeros
y compañeras tuviera acceso a las mismas, me vino un agobio encima que no fue
ni medio normal y que, de hecho, ni siquiera sé explicar muy bien por qué lo
tuve.
Supongo que estaba recibiendo más información de la que mi persona podía
recibir y asimilar en una sola tarde.
Es más, durante aquella tarde y las próximas
semanas, comprobé que, efectivamente, tal y como pensaba, no entendía ni sabía nada
sobre las nuevas tecnologías, por lo que me avergonzaba muchísimo poder ser la
única persona de mi clase que jamás había llevado a cabo ninguno de los trabajos
que había preparado el profesor para todo el cuatrimestre.
No sé…
De toda la
vida me he sentido una viejoven (pese a que toda mi
familia no se canse de repetirme siempre que me ven y que yo me quejo de lo
cansada que estoy que se cambiarían por mí en cualquier momento solo por volver a tener veintitrés años); lo tengo más que aceptado, pero
escuchar que había gente que tenía una cuenta en Twitter desde hace unos diez
años y que crear un blog en Blogger era lo más básico y sencillo en este mundo
tecnológico (hubo incluso algunas personas que, como podían seguir y comprender
perfectamente lo que estaba hablando el profesor, le preguntaron si se podía
llevar a cabo el blog mediante otro medio) me hizo percatarme de que estaba muy desubicada en esta asignatura.
Era oficial: a pesar de la opinión
de múltiples personas, nuestra edad no implica que sepamos sobre nuevas tecnologías.
Estoy verdaderamente cansada de esa típica frase que me atrevería a afirmar que
todos y todas hemos escuchado alguna vez en nuestra vida en la boca de algún
familiar o conocido y conocida mayor que nosotros y nosotras; ya sabes a qué frase me refiero,
a la de que «tú que has nacido prácticamente ya con un ordenador y un móvil bajo
el brazo seguro que me puedes ayudar con este problema que tengo yo con el mío»…
No, no te puedo ayudar, porque, muy lamentablemente, NO soy informática y lo
máximo que sé hacer es recuperar las pestañas que tenías abiertas cuando has
cerrado el navegador antes de tiempo por error (es tan sencillo como acceder de
nuevo al navegador y clicar sobre la opción de «restaurar» las pestañas). Ese era
mi nivel más o menos (y no, no estoy exagerando), por lo que imagínate…
De ahí
venía primordialmente mi preocupación...
¿Cómo me las apañaría?
Fue en este
preciso instante cuando agradecí enormemente que la creación del blog fuera
en grupo.
Y es que menos mal que tres de mis compañeras supieron cómo manejar
toda la situación: me dediqué a observar, esperar y, por supuesto, aprender y
en mucho menos tiempo del que yo me podía llegar a imaginar ya estábamos presentando
la primera entrada de nuestro apreciado blog (Las Blogueras Prodigiosas).
Definitivamente,
nos llevó mucho más tiempo decantarnos por un solo nombre y una plantilla para
nuestra estética que el propio hecho de su creación en Blogger.
A partir de ahí
todo era cuestión de escribir e ir trasteando el programa para poder
familiarizarme con él.
Como todo en esta vida, sería cuestión de práctica y nunca
mejor expresado, ya que cada práctica publicada ha supuesto un paso hacia
adelante en mi cada vez menos lucha personal con Blogger; cada práctica ha
servido para que nuestra relación prospere.
Echo la mirada solo unos pocos días
atrás y me asombro al verme a mí misma pelearme con el mencionado programa
(solo me faltaban unos gritos y dar un portazo en mi habitación para recrear
una escena clásica de inmenso enfado).
Es increíble cómo, por arte de magia,
porque juro que no soy capaz de encontrarle otra explicación, cuando, después de
literalmente cinco horas editando una sola entrada, al fin le doy a publicar y
accedo a ver su resultado final, se han modificado así como si nada, sin que yo
lo haya solicitado, la ubicación y el tamaño de todas y cada una de mis
múltiples imágenes y GIF, el color con el que tiendo a resaltar algunas
oraciones a modo de resumen e incluso el interlineado y el tipo de letra.
Realmente
es algo que todavía sigo sin entender por qué sucede y sigo sin saber cómo se
puede solucionar y que, por tanto, me saca un poco/ bastante de mis casillas.
Jo, NO es
justo, ya que, si solo tuviera que destacar un aspecto que me ha fascinado de
tener que entregar nuestras prácticas en nuestro propio blog, ese sería el de poder emplear un lenguaje más coloquial y cercano, de sentirse que formas parte de una comunidad (la tecnológica), de saber que estás
en la red, de introducir tu nombre en el navegador y descubrir que andas por la
llamada nube, y que, por qué no, cualquiera puede acceder a tu blog o a tu Twitter
para leerte… A ti, nada más ni nada menos…
Creo que precisamente por esta razón
tanto mis compañeros y compañeras de clase como yo misma nos hemos exigido más
a nosotros y nosotras que lo que probablemente nos exigía el propio profesor.
Por ejemplo, mi caso. Antes de publicar una entrada y comunicarlo por Twitter, le doy mil doscientos
repasos a lo que he escrito (y al color que he escogido para el resaltado); diseño
mis propias imágenes para las portadas de cada entrada y evitar así que me las puedan
eliminar por derechos de autor; me recorro todos los GIF de Twitter habidos y
por haber para seleccionar los que más se ajustan a mi redacción, guardarlos en
mi carpeta de la asignatura (no sé si te lo creerás, pero he llegado a almacenar
más de doscientos cuatro GIF); y un largo etcétera.
No es que me crea una
bloguera profesional ni muchísimo menos (ya sé que, como es más que obvio,
estoy a doscientos trillones de años luz de la experiencia de una Dulceida o una
Trendy Taste), pero simplemente intento hacerlo lo mejor que sé y puedo, simplemente
trato de darle un toque más visual para poder intentar hacer más amena la
lectura de mis entradas, simplemente quiero tener como una especie de estilo
propio.
Y ese mismo deseo por poder realizar cosas diferentes y aprender de
ellas es el que me ha conducido (para bien o para quedar en ridículo delante de
toda mi clase) a llevar a cabo cosas que nunca me habría creído.
¿Que ponga un
ejemplo?
Pues el simple hecho de acabar grabando y editando un vídeo como si me
creyera una booktuber profesional…
Madre mía, ¡qué aventura!
Y es que,
una vez que descubrí que seguía pasando vergüenza, pero que ya no me importaba
pasarla, me vine arribísima y me di cuenta de lo verdaderamente complejo que es
enfrentarse a una cámara en soledad y a un editor de vídeo también en soledad.
Es todo un trabajazo y, para mi gran sorpresa, algún y alguna compañera por ahí
que son de lo mejor (Neus, David, Alba y Elisa, para ser más
concretos) me han animado a continuar e incluso se han ofrecido para ayudarme en
un futuro, por lo que quién sabe si, como proponía mi compañera, mi bloguera
prodigiosa Mariluz (que, por cierto, ya sabes que puedes contar conmigo para lo
que sea y que me encantó leerte), algún día dentro de equis días o meses me
vuelvo a pasar por Blogger y os dejo nuevas entradas…
Que he pasado de no tener
absolutamente nada, de ser completamente invisible en las redes a tener un
perfil en Twitter, un blog, un canal en YouTube y Vimeo, y un largo etcétera.
Yo estoy la mar de contenta, voy muy poco a poco, pero creo que progreso
(espero que adecuadamente, como en las notas del colegio).
Para mí, si continúo
con esto de ser sincera, ha sido una auténtica pena atravesar por esta
situación que nos ha tocado vivir. Nunca en mi vida, por mucho que nos venían
avisando incluso los propios profesores, me habría imaginado que cerrarían la
Universidad («si ni cuando ha habido exámenes y ha nevado se ha cancelado la
actividad en ella» era lo que pensaba siempre), pero, muy lamentablemente, ha ocurrido y, sin duda alguna,
es una nueva experiencia en mi formación académica que ya he sumado y guardado
en mi mochila personal.
Gracias o por culpa de esta situación me he percatado
de muchas cosas que antes pasaban desapercibidas para mí, que eran más que
habituales y que jamás pensé que me podrían privar de ellas: he comprobado que
no hay que dejar para mañana lo que puedas hacer hoy (es un ejemplo tonto, pero
recuerdo que el martes 10 de marzo las blogueras prodigiosas y yo habíamos
acordado hacernos una foto todas juntas para utilizarla como imagen de nuestro
blog, pero el tiempo entre una clase y otra pasó demasiado rápido y lo dejamos
para la semana siguiente; esa semana y esa foto nunca llegarían); que
normalmente me quejo por gusto y que tengo que valorar muchísimo más las
pequeñas cosas de la vida que forman parte de la rutina (como preguntaría David
Bisbal, ¿quién me iba a decir a mí que justo los aspectos por los que, como he
afirmado al comienzo de esta entrada, más pereza me daba volver a clase, es
decir, el ir a la Universidad, el llegar tarde a casa, etc., fueran a ser precisamente los que más
echaría de menos ahora?); que definitivamente soy lentísima en todo (antes lo
achacaba a que, como tenía que ir a clase en la Universidad, no me daba tiempo
a avanzar lo suficiente, pero… ¿Ahora? Ahora no tengo excusa; estoy todo el
santo día en casa y mi velocidad sigue siendo igual de maravillosa); que soy
casera y que en casa se está como en ningún sitio, pero que siempre vienen bien
pequeños descansos y airearse; y un largo etcétera.
En definitiva, necesito
poder salir a la calle sin tener la sensación de que la gente (me) tiene miedo,
sin que alguien me vea por una acera y se cruce como si no me hubiera duchado o
como si tuviera la peste, porque no hay nada más triste, en mi opinión, que eso:
sé que es lo que toca y que tenemos que ser completamente responsables (de
hecho, yo soy la primera que ahora evita el contacto con los y las demás), pero
no puedo evitar que todo ello me entristezca, puesto que…
¿Qué somos si no
podemos relacionarnos con nadie ni compartir nuestras alegrías y nuestras penas
con nadie?
No poder ver a mi familia, no levantarme un lunes quejándome de todo
y deseando a más no poder que llegue el sábado porque es el único día de la
semana que puedo salir sin sentirme mal por no hacer nada que tenga que ver con
la Universidad e ir al cine, a cenar, a ver una representación teatral que
llevaba mucho tiempo esperando o simplemente a dar un paseo por la explanada de
Alicante mientras recorremos los distintos puestecitos es triste.
No sé cómo
explicarlo exactamente, pero muchas veces es como si hubiera olvidado en qué día
estoy y que me encuentro cursando un Máster.
Estoy en casa y, en mi cabeza, creo
que, precisamente por ello, no tengo derecho a cansarme, a agobiarme, a estar
mal, a no sentirme lo suficientemente motivada o inspirada como para coger mi
ordenador y elaborar un trabajo.
Por cierto, mientras tecleaba estas mismas palabras, me he
acordado inmediatamente de una de las concursantes de la actual edición de Operación
Triunfo, Samantha que, además, es alicantina (una tontería, pero parece que,
solo por eso, la sientes más cercana).
Como ya me conoces (así soy yo), no te supondrá ninguna el que te informe de que aquí te dejo un vídeo que he
seleccionado y fragmentado yo misma, que se emitió el pasado domingo 8 de marzo
en la gala que el programa dedicó, como no podía ser de otra manera, a la mujer,
y que, para mí, resume perfectamente mi situación personal con este confinamiento
y con los trabajos.
Por favor, al verlo, tienes que ponerte en la situación de
que yo sería, por supuesto, Flavio y que Samantha sería lo que mis padres me
repiten una y otra vez, pero que a mí no me entra en la cabeza.
En resumen,
cada práctica confeccionada en esta asignatura me ha ayudado a descubrir
conceptos, sitios web y trabajos académicos que desconocía por completo. Así he
tratado de reflejarlo en todas las entradas que he publicado y es por ello por
lo que, en esta ocasión, como habrás podido comprobar, me he centrado más en
destacar el lado personal que el puramente académico.
Y es que estoy convencida
de que, cuando pasen diez o más años y recuerde este Máster y, sobre todo, esta
asignatura, lo primero que me vendrá a la mente serán todas las conversaciones
que he mantenido con los profesores y los compañeros y las compañeras tanto en Twitter
como en clase; las risas que hemos compartido en clase; que, por ejemplo, el
profesor José Rovira mencione la plataforma Disney+ y se acuerde de mí e
incluso me mencione; que para Fran me haya quedado como la de los chasquidos
(más inocentes que los de Thanos); que hayamos dado rienda suelta a nuestra
creatividad al elaborar cada práctica y al crear un perfil como si fuéramos el
personaje de un cuento infantil clásico; que las clases virtuales son posibles,
pero no mejores que las presenciales (aunque también me pregunto qué habría
sucedido si todo esto nos hubiera ocurrido con un profesor que, como yo, no tuviera
ni idea de las nuevas tecnologías y que ni siquiera supiera de la existencia de
Google Meet); que el contacto humano es necesario en nuestras vidas; y que no
hace más quien sabe, sino quien quiere.
Con esta asignatura y con mis
profesores he aprendido que, echándole un poco de pasión, ganas y esfuerzo, se
puede con cualquier cosa, incluso ganarse a una alumna un tanto reacia al
comienzo con las nuevas tecnologías (YO). Por consiguiente, solo espero que, al
igual que yo nunca me voy a olvidar de mis profesores y compañeros y compañeras
de clase (siempre os llevaré en el corazón por todas las experiencias que hemos
vivido, cada uno y una desde su casa, pero juntos y juntas por Twitter y nuestros
blogs), ellos y ellas tampoco se olviden de mí.
Justo dos meses después de
aquella primera y única clase presencial, solo quiero que esta no sea una despedida
(no me gustan y me dan pena), sino una bienvenida: ¡mi bienvenida al mundo de
las tecnologías!
MILLONES DE GRACIAS por leerme, por tu tiempo y por todo.
Un saludo,
Judit Martínez Climent.
No podía ser de otro modo, esta es una entrada rigurosa. Describes el proceso de principio a fin. En especial me ha conquistado que te acuerdes de tantos detalles sobre la primera clase. Yo no olvido la primera sesión con Juanmi, en la que todo iba rapidísimo, pero en la que me lo pasé genial mientras hacíamos juntas los ejercicios a pesar de la confusión. ¡Gracias a ti por tus mensajes, tus retuits y tus "likes"! Tu manera de gestionar la cuenta de Twitter es inspiradora y, al menos a mí, me ha dado mucha confianza tu respaldo y me ha quitado muchas vergüenzas. De verdad, espero que no lo dejes y que en serio te hagas booktuber o "serietuber", si es que el término existe, tú me entiendes, porque el club de fans ya lo tienes. De los audios de WhatsApp no digo nada más que gracias por estar ahí siempre, porque hablar de eso ya daría para tesis... y nosotras cuando nos ponemos a escribir y a grabar poca mesura tenemos.
ResponderEliminarPerdona que, para variar en mí, haya tardado tantísimo en contestarte, pero... Buf, ¿qué se supone que puedo escribir yo después de semejante maravilloso, increíble, fabuloso y un largo etcétera de adjetivos súper positivos de comentario? Siempre te digo que me dejas sin palabras, pero esta vez tengo la sensación más fuerte que nunca. Muero de amor con tu comentario, con tus palabras y con toda tú, de verdad.
EliminarJamás me cansaré de decírtelo, pero el poder conocerte ha sido de lo mejor de este Máster. Es muy fuerte para mí, porque uno de mis miedos el primer día, ya no de clase, sino de curso fue que creía que iba a estar sola, que no iba a encajar, que no le caería lo suficientemente bien a nadie como para que hablara conmigo, pero parece ser que me equivocaba. Como comentaba en la entrada, tú, David, Alba y Elisa sois algunas de las personas que habéis contribuido a que el ir a clase fuera el mejor plan para pasar las tardes de la semana. Os echo muchísimo de menos (y a las dos Natalias, y a Cristina, y al resto de las blogueras prodigiosas, etc.). Lo sabéis, ¿verdad?
Como dices, esa clase con Juanmi y ese momento de repasar contigo los pronombres personales levantando las manos y los pies, y saltando fue de lo mejor. Eso, junto a otros muchos momentos, me lo llevo para mí para siempre. Me reí lo que no está escrito a tu lado. Y, jo, respecto a todo lo que me dices de Twitter y de lo de ser "booktuber" (oye, eso de "serietuber" me ha requete encantado, me parece lo más de lo más), ¿qué te digo yo? Pues, que lo mejor de todo es que sé que tú no me lo dices por decir o por simplemente quedar bien, sino que me lo dices de corazón, porque me lo demuestras todos los días (aunque ahora nos tengamos que conformar con nuestros audios; los míos, como siempre, interminables; debo tenerte la cabeza firta jajajajaja). Más quisiera yo que todo lo que dices fuera cierto, pero... ¡Qué va! Eso eres tú...
GRACIAS, GRACIAS y GRACIAS a ti por estar siempre ahí, por aguantar mis desahogos personales (y por aguantarme a mí), por ser siempre tan buena conmigo, por apoyarme en todo, por no reírte de mis locuras (e incluso entenderlas) y, en definitiva, por ser tú. Te llevaré siempre y que sepas que, para mí, ya eres de sobra mi amiga, así que, aunque se acabe el curso, no te pienses que te vas a librar de mí tan fácilmente...