Práctica 9. La educación en 2030.

La vieja durmiente


Abrió los ojos, en unos segundos se dio cuenta que estaba en su habitación. Miró el despertador, en la mesita al lado de la cama, eran las 8:00. Tenía que darse prisa, ¡cuánto había dormido! Su cuerpo no quería abandonar la cama, le dolían todas las articulaciones. No debía  haber sido un sueño restaurador el que acababa de tener. De hecho se notaba muy cansada, pero tenía clase a las 9:00, había que darse prisa si no quería llegar tarde.
 En casa no había nadie, su marido tenía que haber salido temprano para ir a la oficina. Quizás porque  le ponían siempre las reuniones a primera hora. Hizo las cosas que hacía todas las mañanas, el olor a pan tostado y el sabor del café le infundieron un poco de energía. Ya era hora de coger su mochila y de salir de casa. Ya, su mochila, ¿dónde la había dejado?  En ella estaban todas sus cosas, la tarjeta de profesor, con su foto, nombre y apellido, las llaves del aula, los USB con los libros digitales y los trabajos realizados a lo largo de años, curso tras curso.  Al final la encontró. Estaba en el armario del estudio. ¡A saber cómo había llegado allí!
Iba andando hacia el colegio y repasaba mentalmente lo que tenía que trabajar aquella mañana en clase. ¿Hasta dónde habían llegado en 4º? De Manzoni, ¿habían acabado el capítulo de la peste en Milán? Así, ocupada en sus pensamientos, había llegado a la puerta del Instituto. Estaba cerrada. Tocó al timbre y esperó que el guardia de la seguridad  le abriera. Al poco le vio venir, era nuevo, no le conocía. Posiblemente estaba sustituyendo a Mario, el vigilante que todas las mañana la saludaba amablemente.
- ¿Qué quiere señora? – le preguntó el joven, mientras abría la puerta. 
- Trabajo aquí, soy Patrizia Palla, la profesora de italiano, tengo clase dentro de cinco minutos.
- A ver señora, Usted se equivoca, este ya no es un colegio.
- Pero, ¿cómo no es un colegio? ¡Es mi colegio! Y yo tengo clase dentro de cinco minutos, mis alumnos me están esperando. No me haga perder el tiempo y ¡déjeme pasar!
- Señora, pero Usted, ¿dónde vive? Llevamos diez años sin alumnos en los colegios. Desde 2020, cuando empezó lo del bicho ese, la COVID-19.  Ahora es todo a través  de aula virtual, telepresencial , se imparte solo  teleformación  mediante videoconferencias…
Así, saliendo del pozo del olvido,  los recuerdos empezaban a llenar su memoria.  Claro, ahora sí que se acordaba: las clases suspendidas,  el confinamiento, las videoconferencias y la tos que no pasaba  y luego aquel día en que…  Pero ¿qué le estaba diciendo aquel hombre horrible?
Sí, lo había entendido bien, habían pasado diez años y la escuela que ella había conocido ¡ya no existía!
-¿Con qué pamplinas viene ahora, de que mi colegio ya no existe? 
- Mire señora, hace diez años este colegio se cerró al igual que todos los demás.  Ahora es un Centro de Investigación de Inteligencia Artificial, por decirlo de otra forma, aquí desarrollamos robots, o sea “profesores digitales”.

- ¡¿Qué barbaridad es esa?! ¿Sustituir a un profesor con un robot? Nunca podrá funcionar que una máquina sustituya a un docente. ¡Un robot no es un ser pensante!
- ¡¿Cómo que no?! A los alumnos les encantan. Procesan los datos en un pispás, la misma máquina se programa y da clase de todas las asignaturas, incluso adaptan las lecciones a las capacidades de los alumnos. ¡Dígame usted si eso no es atención a la diversidad! Y además son incansables y como categoría de trabajadores, cero reivindicaciones.
- No, no me lo puedo creer, un robot no puede desempeñar la función de guía, de asesor, tan necesaria en el proceso de enseñanza/aprendizaje.
-¿Qué no se lo puede creer? si los alumnos ¡ya no necesitan a los profesores!  Con eso de fomentar la autonomía en el alumnado y dale con que los alumnos construyan su propio saber, ya prescinden de los docentes. Se buscan todo en Internet y aprenden de los tutoriales de YouTube. Señora, ¡despierte!
-¡Mejor que no! Me voy a casa, a dormir.



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