UN, DOS, TRES... LAS TRES MELLIIIIIZA... ESPERA... ¿QUÉ DIGO? EMPIEZO: UN, DOS, TRES... MIS TRES SIGLAS FAVORITAS... UN, DOS, TRES... VERÁS QUÉ RIIIIISA...

    
    ¡BUENAS, PERSONA PRODIGIOSA! NO SUFRAS MÁS, DI «ADIÓS» A TODAS TUS PENAS, PORQUE… ¡YA HE LLEGADO YO AQUÍ PARA CONTARTE LAS MÍAS! QUE NO… ¡QUE ES UNA BROMA ☻! AQUÍ NO HAY PENA ALGUNA; SOLO ALEGRÍA, Y MÁS TODAVÍA SI DECIDES QUEDARTE Y ACOMPAÑARME EN ESTA NUEVA ENTRADA DE HOY…

    ADVERTENCIA:

    ¿Sabes ya de qué puede tratar esta nueva entrada del blog? Venga, a ver si lo puedes adivinar. Para ello, solo te diré una cosa al respecto…
Adivina adivinanza…

Largo parece,
pesado no es,
el que no lo sepa es porque
no se ha sometido a él.


    Querido ordenador portátil, ya estoy aquí de nuevo.

¿Qué?

¿Qué me puedes contar?

¿Me has echado de menos durante este tiempo?


    ¡Ah! Ya, vale, que la que tengo que contar en todo caso soy yo…

Pues, tienes toda la razón del mundo mi más fiel compañero de aventuras, pero el único pequeño inconveniente es que, una vez más, me hallo ante un nuevo documento en Word completamente en blanco y, una vez más, no tengo ni idea de cómo darle comienzo.


    En realidad, sí que sé cuáles son las primeras palabras que me vienen a la mente siempre que pienso en la temática que deseo tratar y a la que deseo dedicar esta nueva entrada del blog.


    Lo más probable es que vaya a parecer una auténtica exagerada, pero te prometo que no, que aquí tan solo escribo lo que verdaderamente siento y, tal y como lo siento.

De hecho, si, por una casualidad, me encontrara a alguien y me preguntara qué han significado para mí todas y cada una de las entradas que he tenido la oportunidad de redactar y publicar en este blog a lo largo de estos meses, respondería sin duda alguna que, para mí, dichas entradas han supuesto el método de terapia más cercano, directo y práctico que he podido tener durante las últimas semanas.


    Cuando el profesor José Rovira Collado nos comunicó tanto a mis compañeros y compañeras de clase como a mí misma que nuestros trabajos serían registrados en nuestros respectivos blogs, jamás podría haber imaginado o sospechado que yo actuaría de este modo en cada una de mis entradas: desde el primer momento que me enfrenté a la primera de ellas intenté olvidarme por completo de que las mismas iban dirigidas a una asignatura del Máster en Profesorado en Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas que, todavía a día de hoy, continúo cursando.

Mi sensación al redactar cada una de mis entradas ha sido bastante especial: por un instante, lograba dejar a un lado todos los problemas que, aunque sea lo último que queramos, nos genera el día a día; los nervios y los agobios por haber alcanzado tal fecha de entrega de tal trabajo final de tal materia; las ganas por poder salir a la calle y, lo más importante, abrazar a mis abuelos; e incluso el lenguaje académico que, por regla general, debería haber acompañado a unos trabajos de estas características.

No obstante, mi única intención ha sido siempre dejarme llevar por mis sentimientos y abrirme en canal, es decir, a más no poder en todas ellas.


    Por todo ello, pese al carácter puramente académico del asunto que voy a abordar más adelante, me resulta misión imposible modificar mi actitud ante esta nueva entrada del blog, una de las últimas con anterioridad a concluir el Máster, e iniciarla de otra manera que no sea con las próximas palabras: no me lo puedo creer; REPITO, no me lo puedo creer…


    Y es que, así, como si de un abrir y cerrar de ojos se tratara, ha llegado la que es ya la última semana de curso (se escribe pronto, pero todo lo que esta oración conlleva detrás de sus palabras es inmenso).

ATENCIÓN a la súper cita que voy a emplear ahora y que nadie se espera (bueno, en realidad, sí; ya me conoces): tal y como diría Hugo Cobo, uno de los ya exconcursantes de la recién acabada edición de Operación Triunfo 2020 (esto, como seguidora fiel del formato, duele también muchísimo; se me ha juntado todo en los mismos días, por lo que estoy en una constante montaña rusa de emociones), «illo, ¡qué guapo! ¡Que hemos llegado al final [del Máster]!», pero también, al menos para mí, es una pena.


    No sé cómo explicarlo exactamente, pero es como si viera un poco lejos todavía, pero, al mismo tiempo, cada vez más cerca, la línea de meta: queda únicamente el último esprint de la temporada y ello no quiere decir en absoluto que sea sencillo.

A partir de hoy, domingo día 14 de junio de 2020, la cuenta atrás se activa más que nunca para un total de cinco días vertiginosos en los que deberé enfrentarme sí o sí al cierre de un capítulo, de una etapa que espero recordar siempre y, por consiguiente, a la despedida del Máster y todas las personas que, gracias al mismo, he podido conocer, personas que, desde hace justo ocho meses, forman parte de la historia de mi vida.


    Echo la mirada tan solo un poco atrás, en concreto al verano del pasado año, y recuerdo a la perfección el día en el que accedí al UACloud y llevé a cabo la matrícula para este Máster…

Todavía faltaban varios meses para empezar el nuevo curso.

Todavía quedaba disfrutar de todo el verano en su conjunto (su calor, su alegría, sus días interminables, sus despreocupaciones, su pelea para evitar las picaduras de los mosquitos, su playa, sus helados y un largo etcétera).


    Sin embargo, ya había tres letras que me acompañarían durante todo el curso, en cada momento, desde el principio hasta el final; tres letras que invadirían mi mente por completo; tres letras que, aunque las vea por separado, me llevan hacia el mismo pensamiento; tres letras, cuya unión, jamás mejor expresado, hace la fuerza.

Por supuesto, me estoy refiriendo a esas tres letras que dan lugar nada más ni nada menos que a la única y gran sigla TFM.


    Es bastante curioso lo que dicha sigla esconde tras ella, puesto que, pese a que su significado es precisamente el de Trabajo Fin de Máster, desde el primer minuto, como alumna, sabes que está ahí y empieza a rondar por tu cabeza.

Para mí, un TFM no solo es el culmen de toda la aventura que supone el cursar cualquier Máster (es un año extremadamente intenso en el que vives y pasas por cuatro mil y una emociones), sino que es una experiencia absolutamente nueva que añades a la mochila de la vida y que sabes que nunca más tendrás la oportunidad de disfrutar.


    En el instante en el que pisé por vez primera en mi vida la Facultad de Educación, me di cuenta de ello: yo, que me pasé todo el verano pensando que, por haber cursado durante el año anterior el Máster en Estudios Literarios, jugaba con ventaja al saber ya lo que implicaba este nivel de estudios e incluso que estaba preparada para emprender la elaboración de un TFM (como si, por haber realizado ya uno, estuviera capacitada para afrontar cualquier otro)…

Ay, no podía estar más equivocada: solo pisar el suelo negro de esa Facultad ya fue suficiente para contar con la más que evidente prueba de que aquel curso sería un volver a empezar, pero de cero.


    No podía sentirme más nueva por aquellos pasillos y aquellas aulas, y eso por no hablar de que no conocía a ninguno de los y las profesoras, al menos del primer cuatrimestre.

Fue entonces cuando mis compañeros y compañeras de clase y yo acudimos a la primera reunión de presentación del Máster.

¿Que si había nervios?

    Pues, mira, no te voy a engañar: lo cierto es que sí, unos pocos/ bastantes.


    De aquel salón de actos (porque, sí, esa Facultad se ha pasado todos los niveles del juego y tiene el suyo propio) salí con una larga lista de tareas pendientes: entre ellos, registrar mis datos en UAProject y escoger una determinada línea de investigación, aquella hacia la que me encantaría dirigir toda la atención en mi futuro trabajo.

Frente al estrés y los nervios que se podía percibir de las distintas conversaciones con mis compañeros y compañeras, yo, para mi propia gran sorpresa, me encontraba enormemente tranquila en ese sentido.

Y es que, para algo que sí tenía claro en el Máster, tenía que disfrutarlo…


    Mis sentimientos y mi pequeña historia personal con la conocida obra de teatro de Calderón de la Barca titulada El alcalde de Zalamea me condujeron a dedicarle tanto mi Trabajo Fin de Grado como mi Trabajo Fin de Máster en Estudios Literarios.

Cualquier persona que me conoce y, por tanto, ha sufrido el elevado nivel de pesada que puedo llegar a alcanzar sabe que esta obra teatral significa más que muchísimo para mí.

Ya no es que sienta auténtica pasión por la misma; simplemente es una de las pocas que me hace sentir, sin más, y eso, en mi opinión, es lo más importante, especialmente para emprender una aventura como la que supone realizar una investigación de estas características.


    Todo ello sumado a las increíbles experiencias que me ha aportado dicho objeto de estudio y que ya siempre llevaré en mi corazón hizo que el pasado mes de octubre determinara llevar a cabo uno de los pasos más trascendentes de mi vida al matricularme en la Escuela de Doctorado para continuar mi investigación con la citada obra.

Esa pequeña (grandísima para mí) historia con este tema de investigación me la reservo para los siguientes dos o tres años, en los que supongo que ya daré la tabarra lo suficiente y en los que podré dedicarme al completo a su estudio.


    Pero, claro, ante tal situación, venga…

Te reto…

¿Te atreverías a decir qué línea de investigación sentía que debía seleccionar siempre que fuera posible para este TFM en Profesorado?

¿Crees que podrías adivinarlo?


    Pues, por supuesto que sí, premio para ti: mi línea de investigación sería la de teatro, independientemente del profesor o profesora que la misma implicara tener como tutor o tutora del futuro trabajo.


    «Judit, ¿estás segura de ello? ¿No será mejor que tomes la decisión guiándote en el profesor o la profesora que más conozcas y con quien te sientas más cómoda?» fueron dos de las preguntas clave que, durante varias semanas, me formularon compañeros y compañeras, e incluso familiares.

Ahora bien, dado que yo consideraba que todavía no había tenido las suficientes clases con los y las profesoras del Máster como para creerme que ya les conocía y no contemplaba posibilidad alguna de que pudiera sentirme incómoda en algún momento con alguno o alguna de ellas, ni siquiera llegué a plantearme la opción de reflexionar, aunque fuera solo un poco, acerca de la recomendación que había detrás de aquellas preguntas.


    Lo cierto es que suelo ser bastante pesada y cabezona con todo, por lo que, sé que muy mal hecho por mi parte, no me dejé convencer ni asesorar por nadie y seguí la primera idea que tuve nada más matricularme en el Máster: buscar por toda la página web dónde aparecía el término «teatro» sin detener la mirada en los nombres de los y las profesoras entre quienes se habían distribuido las distintas y múltiples líneas de investigación.

Estaba plenamente convencida de que la persona que se convirtiera en mi tutora de TFM sería más que maravillosa y, por ende, estaría dispuesta a ayudarme en todo lo que fuera necesario.


    Sin embargo, no negaré que, en el preciso instante en el que alcé la mirada para descubrir el ya famoso y misterioso nombre del profesor o profesora escogida, me llevé una inmensa sorpresa que, además, fue súper agradable: el profesor al que automáticamente pasaría a llamar tutor era nada más ni nada menos que Víctor Manuel Sanchís Amat.

Fue sencillamente increíble y, aunque haya asegurado con anterioridad que no me importaba, mi felicidad fue enorme…


    Si te soy completamente sincera, yo soy una persona que cree bastante en el destino, por lo que esta casualidad, para mí, ya te digo que no lo fue.

En mi opinión, fue todo obra del destino: el único profesor de toda la lista con el que pude coincidir en el Grado (él fue precisamente el miembro del tribunal que, en la defensa del TFG, más correcciones y comentarios me dedicó) y el Máster en Estudios Literarios (mi primera aproximación al mundo de la edición digital y la excursión a Madrid fueron con él) sería, a partir de ese momento, mi tutor.


    Y lo mejor de todo ello no sería el que al profesor ya le sonara mi cara o se supiera incluso mi nombre, sino que directamente ya me conocía y, lo más relevante, ya conocía mi pequeña historia y mi pequeño recorrido con mis anteriores trabajos.

Eso sí, lo que nunca me podría haber imaginado es que Víctor me conociera tan bien.


    No sé…

Siempre me he considerado una persona que pasa o, mejor expresado, intenta pasar desapercibida (y en clase, también); siempre me ha costado dar el primer paso a la hora de hablar en clase (porque, a diferencia de todo lo que puedo escribir y confesar mientras escribo, en clase necesito sentirme muy cómoda y tranquila como para atreverme a abrir la boca y responder alguna pregunta, dar mi opinión respecto a un tema cualquiera o plantear una duda; digamos que un montón de inseguridades me vienen cada vez que escucho mi nombre en el aula); y, por supuesto, siempre he sentido una vergüenza inmensa a la hora de mantener una conversación con un o una profesora, ya sea en persona o a través de un correo electrónico.

Por este motivo, siempre que no sea estrictamente necesario, evito acudir a sus respectivos despachos para una tutoría o enviarles mensajes.

Siempre he pensado que cualquier aportación que pueda realizar yo o cualquier duda que pueda surgirme van a ser auténticas tonterías, al igual que siempre he pensado que es mejor reservarme y dirigir toda la energía en intentar resolver cualquier inconveniente que pueda ocurrirme a la hora de llevar a cabo un determinado trabajo antes que mandar, por ejemplo, un correo al profesor o profesora en cuestión para informarle del mismo.

¡Qué va!

    Me muero de la vergüenza y lo último que me gustaría es molestarle y convertirme en toda una pesada.

Sé que lo más probable es que esta no sea la mejor manera de actuar como alumna, pero esos son mis pensamientos y esta soy yo.


    Por consiguiente, ante tal premisa, cuando acudí a mi primera reunión, porque, como no podía ser de otro modo, el propio Víctor dio el primer paso y se puso en contacto tanto conmigo como con mis restantes compañeras y compañero de tutor, no pude sufrir más.

Allí (en el despacho) estaba yo junto con mis grandes compañeros David y Lidia: recuerdo que, con mis nervios, dejé o prácticamente obligué a que hablaran con anterioridad ellos dos.


    Sin embargo, esa no fue una idea muy brillante, puesto que pude comprobar lo seguros y convencidos que se encontraban de cómo serían sus respectivos trabajos.

Ello hizo que mi inseguridad aumentara; yo solo sabía que mi trabajo tendría que centrarse en teatro, pero, a partir de ahí, las posibilidades eran infinitas, ¿no?

Madre mía, ¡qué mal todo!


    Eso sí, fue increíble asistir al nacimiento y primer desarrollo de la maravilla de trabajos que sé que han confeccionado mis compañeros. Desde aquí, aprovecho para desearles lo mejor, aunque estoy segura de que, con todo su esfuerzo, sus ganas y ese pedazo de trabajo, no les puede ir de otra forma.


    Pese a todos mis nervios, como comentaba, Víctor me conocía demasiado, por lo que no me hizo falta articular ni una sola palabra para que, en primera instancia, me pidiera que le tuteara en mis correos y, en segunda, me comunicara que ya sabía a la perfección cuál sería el tema que me gustaría que fuera el objeto de estudio de mi TFM.

Efectivamente, Víctor tenía razón (supongo que lo vería en mi cara o que soy demasiado previsible): con la predilección que siento por la citada obra y todos los años que la misma me lleva acompañando y espero que me continúe acompañando en mis trabajos, mi idea inicial no fue otra que diseñar una especie de propuesta didáctica para impartir, cómo no, El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca, en un curso de Secundaria.


    «¿Otra vez?» fue la pregunta que, seguida de pequeñas risas, escuché en aquel despacho.

En ese momento, sentí como si se me cayera el mundo, estaba fatal, me vine abajo y solo pude pensar «¿y ahora qué hago yo con mi vida?».


    Menos mal que Víctor comenzó a hablar enseguida y comprobé una vez más que los profesores, al igual que los padres, siempre tienen la razón.

Si ya voy a intentar dedicar tres años de investigación a dicha obra teatral que me encanta (el propio Víctor me confesó que había aprendido muchos aspectos de la misma gracias a mis trabajos, que no conocía a nadie que fuera tan experta de ella como yo y que sabía que mi futuro trabajo centrado en ella sería verdaderamente interesante, unas palabras que no pude agradecerle más en aquel instante, simplemente las necesitaba), ¿por qué no aprovechar esta oportunidad que voy a tener solo una vez en la vida para cambiar y abrirme a otras posibilidades?


    Dicha pregunta entró en mi mente justo en aquel momento y lo más importante es que lo haría para quedarse: durante los siguientes días, me estuvo persiguiendo día y noche, pero no conseguía tener ni una sola idea para mi futuro TFM y el tiempo seguía su curso, avanzando sin parar y acercando el instante en el que volvería a encontrarme con Víctor.

MA-RA-VI-LLO-SA toda la estampa.


    No obstante, el sábado de aquella misma semana acudí al teatro junto a mi madre para disfrutar de la obra del autor napolitano Fabio Marra que tanto está triunfando desde el 2018 en su adaptación en siete países del mundo (entre ellos, por supuesto, España), Juntos.

Cuando la obra concluyó y el teatro volvió a encender sus luces para que los y las intérpretes recibieran su más que merecido aplauso, escuché de repente mi nombre y un saludo me llamó enormemente la atención: eran dos alumnos del IES Fray Ignacio Barrachina a los que pude conocer gracias al periodo en prácticas que pude tener en el último curso del Grado.


    Ahora bien, lo que más me sorprendió de todo no fue tanto el encontrármelos y que se acordaran de mí, lo que siempre me produce una gran alegría, sino el que me hubiese llamado la atención el simple hecho de encontrármelos en el teatro.

Y, atención, porque no fui la única persona: rápidamente mi madre exclamó un «mira tú qué curioso que estén los dos aquí, en el teatro, un sábado por la noche. Han sido los más jóvenes de todo el público presente» y, cuando regresamos a casa, como no podía ser de otra manera, se lo contó de inmediato a mi padre, que reaccionó con un «y, ¿qué hacían dos chavales tan jóvenes en el teatro? ¿Los habría obligado a ir algún profesor del instituto? ¡Qué fuerte!».

Para fuerte los pensamientos que teníamos tanto mis padres como yo misma, y que estoy convencida de que muchas otras personas también tienen al respecto…

¿En serio nos extraña ver a gente joven en el teatro?

¿Cómo puede ser?


    Si el teatro es cultura y está disponible para ser disfrutado por cualquier persona de cualquier edad, ¿por qué parece que nos cueste entender que dos adolescentes han decidido pasar su sábado noche en el teatro?

Eso sí, el que los mismos puedan ir al cine, a cenar, a una discoteca o a cualquier otro plan que implique primordialmente ocio y fiesta nos resulta lo más normal del mundo.

Perdóname, pero, en pleno 2020 ya, sigo sin lograr entenderlo y lo cierto es que me indigné bastante con la situación y conmigo misma por todo lo ocurrido.

No sé…

¿Por qué tenemos la concepción de que, por regla general, el teatro tan solo va dirigido a personas más adultas y con un mayor nivel cultural cuando, en realidad, se hace teatro por y para todo el mundo?


    Desde ese momento, mi cabezonería y yo pasamos del mar de dudas a tenerlo todo absolutamente claro: mi futuro TFM tendría que versar sí o sí sobre cómo conseguir incentivar el gusto por el teatro en los y las más jóvenes, puesto que me atrevería a declarar que la educación tanto la recibida en casa como la recibida en clase juega un papel fundamental en ello.


    Buah, la ilusión se apoderó completamente de mí, por lo que no podía estar más contenta.

Y es que, en mí, esa es la mejor de las señales que puedo tener a la hora de iniciar cualquier trabajo y, sobre todo, un trabajo de tal dimensión como es un TFM.

Un TFM, como sus propias siglas indican, supone el desenlace absoluto de todo un curso, es el que mayor preocupación suele generar al sentir el deseo irremediable de que se convierta en el mejor trabajo que has hecho a lo largo de tu vida y, en definitiva, es el único trabajo que nace y muere de ti, por lo que…

¿Hay presión?

No, ¡qué va!

En todo caso, una poca solamente…

Espero que hayas notado la ironía…


    Un TFM son tres letras mayores y, en ellas, te implicas durante todo un curso para aprovechar la oportunidad y estudiar un asunto que verdaderamente te guste y del que quieras descubrir más y aprender.

De ahí que, para mí, avanzar cualquier paso en este trabajo lleve un gran esfuerzo y tiempo.

No es una tarea fácil, ni muchísimo menos, pero, cuando logras dar con ese tema que, al menos a ti, te llama sobremanera la atención, despierta tu interés y hace que sientas ganas de realizar el trabajo (tres sentimientos verdaderamente complejos de alcanzar), la alegría, la emoción y la satisfacción son tan inmensas que hace que tomarse el tiempo que a cada persona le sea necesario (a mí, ya advierto que mucho) vale enormemente la pena.


    Era increíble, pero, después de tantas semanas, ya solo me faltaba el visto bueno de mi tutor, del profesor, de Víctor para comenzar definitivamente el TFM.

Madre mía, ¡qué nervios!


    Antes de la reunión, no pude parar de darle vueltas en mi cabeza al modo en el que le presentaría el asunto que se me había ocurrido como objeto de estudio, el modo en el que pudiera conseguir que a él le pareciera un poco interesante.

No obstante, una vez que lo tuve delante, entre los nervios y la emoción del momento, mi mente olvidó todo y simplemente hice lo que pude.

Lo cierto es que no recuerdo ni cómo se lo conté ni cuál fue su cara al escucharme, pero lo que sí que recuerdo es que enseguida me comunicó que le encantaba la idea, que le parecía un asunto poco tratado y que creía que podría dar como resultado un TFM verdaderamente interesante.

De hecho, me confesó que, aunque él también había pensado en un posible tema para mi trabajo (un nuevo detalle que no debía por qué tener y con el que corroboró que así da gusto contar con la figura de un tutor), prefería que desarrollara mi idea, que era la que me decía el corazón (sé que suena muy cursi, a película, pero te prometo que sucedió así y, por ejemplo, mis compañeros David y Lidia, que también estuvieron presentes en la reunión, pueden dar fe de ello).


    Ahora bien, no puedo dejar sin revelar uno de los instantes más fuertes de toda la reunión…

Y es que Víctor acabó contándome que, a pesar de que me planteara la opción de abandonar El alcalde de Zalamea solo durante este trabajo, eso no significaba que no pudiera crear todo un proyecto educativo interdisciplinar que tuviera como fin la representación del alumnado de la obra de Calderón.


    En realidad, Víctor solo deseaba ver cuál sería mi reacción, cómo actuaría ante un aparente primer rechazo a la obra teatral de mi vida.

«Piénsalo, Judit. Si quieres continuar estudiando El alcalde de Zalamea esta vez desde un enfoque puramente educativo, por supuesto, puedes, pero, si prefieres quedarte con el nuevo tema que has pensado, que también me parece sumamente interesante y distinto con respecto a otros trabajos que se han realizado, también puedes. La decisión es tuya» fueron las palabras de Víctor.

Al final, salí de aquel despacho con prácticamente más dudas que con las que había entrado.


    Eso sí, para cabezona, aquí estoy yo: ya me había ilusionado con la posibilidad de diseñar una especie de propuesta para difundir la pasión por el teatro en el alumnado de Secundaria, ya había empezado a llevar a cabo mis primeras búsquedas acerca de cómo poder elaborarla y ya sentía una enorme curiosidad por emprender la investigación, por lo que determiné escoger e intentar dedicarle todo un TFM a este mismo tema.

Ello no quería decir, empero, que me hubiese olvidado de El alcalde de Zalamea y la opción de poder dedicarle un espacio de mi trabajo.

Nada más lejos de la realidad…

¿Cuál ha sido mi decisión final?


    Pues, nada más ni nada menos que combinar ambos temas, hacer un remix de los dos en el mismo trabajo.


    Y, después de conocer un poco mejor cómo fue todo el proceso previo hasta la elección del tema, el aspecto, en mi opinión, más trascendente de todo el TFM (de él dependerá que puedas disfrutar o no de la investigación, ya que, si no estás de acuerdo con tu propia decisión, muy difícilmente podrás realizar el trabajo con una buena cara y mucho menos defenderlo ante un tribunal), ha llegado el momento de que, por fin, desvele cuáles serán la síntesis y los términos más destacados de mi futuro TFM.

Aquí están…



RESUMEN: Para cualquier amante del género teatral, el tiempo dedicado al mismo en Secundaria siempre será insuficiente. Sin embargo, en los últimos años, sí que se está percibiendo un cambio con respecto a épocas anteriores: a través de pequeños pasos, el teatro se va haciendo un hueco en la Educación Secundaria Obligatoria. Ahora bien, su presencia en el aula todavía es menor. No hay duda de que el teatro constituye un instrumento de aprendizaje destacado, especialmente en la asignatura de Lengua Castellana y Literatura, puesto que, entre sus múltiples ventajas, ayuda al alumnado a adquirir capacidades tales como la expresión oral, la emocional y la corporal. Por ello, tiende a ser común indagar sobre el teatro en el aula de Secundaria y hallar diversos trabajos dedicados al diseño de proyectos educativos en los que el primordial objetivo parece ser convertir al alumnado en intérpretes por un día. En cambio, ¿qué sucede si no se desea hacer del aula un teatro y si el estudiantado no siente interés por la actuación? En ese sentido, la situación es distinta: si bien se habla en múltiples estudios de la importancia que posee la formación del lector literario, apenas existen documentos que dirijan su atención hacia la relevancia que igualmente manifiesta la formación del espectador teatral. La presente investigación toma precisamente como finalidad profundizar en dicha situación y tratar de modificarla mediante una propuesta que recoja ejemplos de obras apropiadas para cada curso de Secundaria, porque nada como ir al teatro para que este guste.

PALABRAS CLAVE: teatro, problemática del teatro en Secundaria, formación del espectador teatral, propuesta educativa, fomento del gusto por el teatro.



    Y hasta aquí ha llegado esta entrada de hoy, en la que, en un principio, te juro que mi intención tan solo era poder presentar mi futuro Trabajo Fin de Máster.

No obstante, no he podido evitar acompañar esa misma presentación de toda la primera parte de lo que implica llevar a cabo este TFM, es decir, de toda la primera parte de mi historia personal con él.

Ojalá, en un futuro cada vez más cercano, a alguien le parezca lo suficientemente interesante el tema objeto de estudio que he planteado aquí como para querer escucharme hablar más sobre él y la segunda parte del mismo.

Por mi parte, será un sueño cumplido poder compartir todo lo que estoy aprendiendo gracias a su investigación.


    Soy consciente de que aquí he sido demasiado personal (básicamente he contado mi vida), pero así soy yo.

Al final, se tiende a declarar coloquialmente que la vida no deja de ser más que la suma de grandes experiencias personales, ¿no?

Pues, esta, sin duda alguna, es una de ellas.

La parte más académica de este TFM la reservaré para el propio trabajo y su defensa, la cual lamentablemente no podré realizar dentro de una semana.

Supongo que cada persona lleva su ritmo y, para mí, aunque ello conlleve retrasarlo unos tres meses más, no es tan importante el llegar a un buen puerto como sí lo es el poder disfrutar del «mientras tanto».

En ello me encuentro ahora.


    MILLONES DE GRACIAS por haber llegado hasta aquí y por todo,
    Un saludo,
    Judit Martínez Climent.

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